A propósito de las movilizaciones del campo

Por Alfonso Sáenz de Cámara, director general de Udapa S.Coop.


Alfonso Sáenz de Cámara

Leía hace un tiempo un informe del Instituto de Estadística de Francia sobre la evolución del sector agrario en dicho país, muy científico, que al menos a mí me ayuda para entender que está sucediendo en el campo, en Europa y en nuestro contexto más local. Dicho estudio analizaba la producción agraria francesa desde 1959 hasta 2022, y concluía que la productividad ha crecido más de un 70% al tiempo que los costes productivos unitarios han decrecido casi un 10%. Esto se traduce, decía el propio estudio, en que cada 20 años el coste productivo de un kilo o litro de un alimento se divide por dos, es la mitad.

Sin embargo, ese aumento del valor agrario no se ha repartido de forma equitativa, ya que el 51% ha ido al conjunto de las y los consumidores, el 38,9% a las y los productores, y ese 10,1% que falta se lo reparten en orden decreciente el resto de agentes, primero el Estado, después el o la propietaria de la tierra, que no es siempre el productor o productora, y un porcentaje menor se queda en la cadena de suministro.

De aquí me viene la reflexión de las movilizaciones del campo: ¿cómo puede ser que el sector agrario y ganadero haya hecho tan bien las cosas, produciendo alimentos sanos y seguros a un precio cada vez más bajo, y la sociedad no sea capaz ni de reconocerlo, ni de pagar un poco más por los alimentos que producen?

Por tanto, veo totalmente justificadas las quejas del campo, y desde aquí sumo mi apoyo a la mayoría de las demandas que se hacen, pero sobre todas, quiero destacar el derecho que tenemos a defender un modelo de producción basado en la agricultura familiar que sea sostenible económica, social y medioambientalmente, y en este orden de prevalencia porque alterarlo significa que desaparezcamos como sector.

Un sector que, quiero añadir, ha cuidado el entorno natural que tenemos hoy, así como la cultura, el patrimonio, y la vida rural con unos valores que no se deberían perder. Y todo ello al tiempo que produce cada vez más alimentos con menos recursos, que son saludables, cada vez más sostenibles, y además, ¡baratos para el bolsillo de los y las consumidoras!